
Ahora que he estado en el desierto, tuve la oportunidad de aprender en carne propia aquello de lo que se arrepiente la gente, al menos en cuanto a dejar pasar el tiempo y esperar a que la vida llegue, así como así. Estos últimos días he pensado mucho sobre cuando estábamos aquí. Hace más de diez años, una simple escapada a través de callejones y arboledas llenas de patrullas nos permitió conocernos. Y al amparo de un aura blanca y un gallo azul, rock y algunas cotorrizas, entablamos las bases para beber y beber de aquí en adelante. Sí, eso sucedió cuando estábamos aquí. Y cuando Mustafá se asomaba por la ventana trasera del coche a gritar tu nombre yo únicamente me preguntaba si la noche no acabaría en vómitos o en algún escenario –bastante común en ese entonces– en el cual yo quedaría en el rincón de algún bar, acurrucado en un sillón viendo a la gente pasar, dando tragos lentos a mi cerveza para aligerar la bruma y el sopor que ciertos lugares me ocasionaban.
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