Siempre he sido muy transparente cuando se trata de mí, y no tengo complejos cuando hablo de mi vida personal. Siempre he pensado que soy como un libro abierto. Este post servirá de introducción para explicar, paso a paso y sección por sección, todo lo que me sucedió en 2018, y cómo acabé en el lugar que estoy ahorita. También servirá de contexto para todo lo que llegue a escribir en este proyecto de blog.
En diciembre de 2017 yo estaba muy seguro de quién era. Estaba seguro de mi trabajo, de mis capacidades como abogado, de mi relación y de mí mismo. Luego vino mi primer “fracaso”, y lo pongo entre comillas porque en retrospectiva ya no lo veo así. Más bien fue un setback malinterpretado, pero creo que ni eso. En fin…
Soy una persona muy organizada, por lo que tenía un plan profesional delicadamente elaborado, el cual llevaba trabajando desde 2014 (con sus ocasionales ajustes, claro). Esperaba un ascenso a finales de 2017 – principios de 2018 y no sucedió. Por el contrario, todo mi equipo de trabajo fue reordenado a lo largo del primer semestre del año en más de tres ocasiones. Me tuve que acoplar a nuevas dinámicas y aumentó la carga de trabajo en temas no necesariamente de mi interés, encima del estrés cotidiano que trae la abogacía. Yo tenía metas laborales específicas para 2018 y no pude cumplirlas.
Terminé por sentirme como en una mala broma. Ahí estaba yo, con el mismo salario, con el mismo puesto, quedándome más tiempo en la oficina y estresándome por cosas que en principio no me correspondían (o al menos eso pensaba). Cada vez tenía menos tiempo para mí y sentía que el trabajo me consumía. Me daba de topes contra la pared, maldiciéndome mientras veía al resto de la gente crecer y yo permaneciendo en el mismo lugar.
Al principio veía esto como una oportunidad para ser mejor, pero al cabo de unas semanas perdí la fe. En lugar de servir como nuevas puertas, como un reto para crecer, lo vi como una carga extra que no tenía por qué soportar. Construí muros. Sé que a veces suelo ser una persona impaciente e intolerante, y terminé por frustrarme y dejar que mis corajes determinaran mi felicidad. Si las cosas no salían como quería, había tenido un mal día, y si tenía un mal día, era infeliz. Vaya idiota…
Fue así que lo convertí en realidad: me comparaba tanto con los demás que caí en la frustración y me convencí a mí mismo que era un mal abogado, que no era lo suficientemente bueno, que me faltaba carisma, que mi trabajo era deficiente o que hasta había escogido la carrera equivocada. Comencé a tener odio dentro de mí. Llegué a esa conclusión porque, si fuera un buen abogado, ¿por qué no obtendría un mejor puesto? ¿Por qué no ganaría más de lo que ya ganaba? ¿Por qué no tenía mi correo lleno de ofertas de despachos ofreciéndome mucho más? ¿Por qué me sentiría con un vacío y una especie de somnolencia cada vez que me despertaba un lunes por la mañana?
Esta espiral sólo se acentuó con el tiempo, y cada vez sentía que se hacía un torbellino más grande que succionaba mi alma poco a poco. Cada vez estaba más y más estresado, cansado y enojado. Sentía que me faltaba el aire, que aunque nadara ya no importaba, y que la corriente era tan fuerte que eventualmente terminaría por ahogarme. Luego terminé por creérmelo, y al dejar de luchar sucedió: el mar se picó más y me ahogué.
Así pensaba antes, y ahora entiendo todo el daño que me hice a mí mismo y a la gente que me quería. Ese fue mi primer desacierto del año: pensar que si las cosas se salían fuera de mi control y fuera del plan que cuidadosamente estructuré por años, era un inútil. Dejé que mi impaciencia y mis caprichos tomaran lo mejor de mí, y muy tarde entendí que el fracaso solamente se consuma cuando así lo determinas tú, cuando dejas de luchar. De aquí salieron muchos problemas, o más bien fue lo que detonó algunos traumas y cosas desagradables que tenía guardadas mucho tiempo y que no conocía de mí. Y yo que lo hago todo al revés, me rehusaba a entenderlo todo: me perdí a mí mismo mientras divagaba en futuros inciertos.
Cuando estás jugando en la vida, no hay eventos buenos ni malos, ni triunfos ni derrotas, sólo “eventos”, y se aprende para bien o para mal de ellos. Cuando el cielo truena y comienza a llover, sólo es eso: lluvia. Y esa misma lluvia, un agricultor puede tomarla como una bendición y un godínez cualquiera como una maldición, pero al final sólo es lluvia. Y eso es lo importante, esta lluvia no determina la felicidad, sino uno mismo.
Esto puede parecer muy sencillo, pero a mí me tomó todo un año aprenderlo, digerirlo y genuinamente internalizarlo. Hace unos meses creía que todo estaba mal en mi vida; ahora, por el contrario, todo va fenomenal. Y no ha cambiado absolutamente nada. La diferencia oscila en que ahora confío en un plan mayor, en un proceso de crecimiento personal que la vida tiene para todos nosotros.
No sé como decirlo sin que suene a un cliché, pero es verdad. Supongamos que estamos perdidos en el mar, como yo lo estaba. Puedes maldecir tu suerte y el destino por “perderte” y no encontrar tierra firme, o solamente aceptar tu situación y seguir navegando con optimismo hasta que encuentres tierra. Tarde o temprano sucederá, sólo es cuestión de seguir; en cambio, si te quedas atado al mástil sintiendo lástima por ti mismo, entonces el verdadero fracaso se consuma. Por dudar del proceso y rehusarte a vivirlo, no encontrarás tierra jamás y perderás todas sus recompensas.
Esa fue mi lección principal, que lo importante es seguir navegando, no importa si ruge el mar o si el agua está calmada: por más templada que esté, tu barco jamás encontrará tierra si no decidimos ser verdaderos capitanes. Si no afrontamos nuestros problemas y nuestras inseguridades de frente, hasta el puerto más tranquilo es inseguro. Hoy todavía no veo tierra, pero sé que está allá afuera y que me está esperando, llena de espectáculos que tengo que encontrar.
Compararnos con el resto de las personas puede ser útil al grado de que nos da contexto, nos ubica y nos dice dónde estamos parados, pero dejar que este tipo de espectro determine nuestra felicidad o nos haga dudar del proceso fue el peor error de mi vida. Llegarán otros veleros y botes a tierra antes que el mío, pero eso ya no importa. No sé específicamente en qué momento dejé de odiar y esperar, porque ahora sólo quiero luchar por mí y encontrar mi tierra prometida.
¡Y así comienza este viaje!