Momentos Irrepetibles de una Vida Irrepetible.

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La Comarca Lagunera (2019). Créditos para Santiago Arau.

Entre llamadas y jornadas largas de trabajo he podido jugar a ser abogado desde la comodidad de mi sala usando unos pants y distintas jerseys de futbol. Ya he sustituido los trajes por una vestimenta más casual y acorde al clima de esta ciudad, al menos de manera temporal.

Es chistoso porque fue como como si me hubiera dado una vuelta al pasado, donde mis mañanas y media tarde se consumían en los Viñedos y el resto del día en tareas y ejercicio. Entiéndase por “ejercicio” salir a correr una vuelta al Lienzo, y por “correr” entiéndase caminar con mis amigos con un cigarro en la mano. Luego subíamos al anfiteatro del parque para poder tomar cerveza sin que nos viera la policía. La parte de la tarea sí es de verdad, siempre responsable, siempre de buen promedio y haciendo el mínimo indispensable para conseguir lo que quería, pero a fin de cuentas un niño que pasaba sus tardes entre enjambres y romanticismos. Si ahora me viera a mí mismo de 16 años me reprocharía el no hacer ejercicio de verdad y gastar mis tardes sin hacer algo realmente de provecho. Invertí mucho tiempo en querer ser un personaje de Skins o The Inbetweeners que definitivamente pude haber empleado mejor. En ser menos obsesivo y ser más alivianado, ser menos prudente y más aventado, en dejar de idealizar mi vida y sus achaques irreales, salir a conocer más gente y ser más seguro de mí mismo.

A una semana de cuarentena en el desierto, me he acostumbrado de regreso al calor y al acento norteño de nuevo. Siempre digo que no lo he perdido, pero estando de vuelta por acá noto lo mucho que sí y cómo va regresando poco a poco. También he notado el regreso de otras cosas, como viejas dinámicas familiares a las que no me he acostumbrado del todo, pero que trepan como vainas la independencia y determinación forjadas en la Gran Ciudad. Un desayuno, un café, comida y cena; apapachos, un tacto ligero sobre el pecho propio en obediencia a la sana distancia y uno que otro regaño. Aquí estoy viendo todas aquellas versiones de mi vida que no fueron; sobre todo las atenciones de una familia que aquí permaneció intacta, cuando todo alrededor de mí –y sobre todo yo mismo– cambiaba a mil revoluciones por segundo. El tiempo avanza a pasos agigantados, y es tan fácil perderse y adentrarse tanto en sí mismo que las arrugas pasan desapercibidas.

Han sido ya casi ocho años fuera, pero me veo en el espejo y me volví a gustar con melena. Tomaré una gorra en lugar de la máquina de afeitar, contrario a mis amigos de la capital, y hasta que se levante el cerco sanitario (y hasta que mis entradas aguanten) luciré esta apariencia pseudo-rebelde. En esta pseudo-rebeldía contra todas las normas de etiqueta jurídica haré lo posible por detener el tiempo, y que esta cuarentena recupere aunque sea unos días de esas vidas que no fueron y que no se fundieron entre la arena y cal de esta ciudad. Tener la bendición de poder ver como ese adolescente se hubiera desenvuelto profesional y emocionalmente si me hubiera quedado aquí, como si el resto de mi vida en la Gran Ciudad fuera un anhelo que tuviera de niño y que el miedo/comodidad me hubieran hecho permanecer aquí; un vago recuerdo de lo que alguna vez quise allí donde solíamos gritar.

Justo quiero ver esas rosas trepadoras subir a la barda de la casa de mis papás y volver a sentirla mi casa y controlar cada una de sus baldosas con mis pies descalzos. En la sombra de las palmas me propondré correr cuando menos ocho kilómetros diarios y hacer yoga todos los días, a pesar del primer ayuno a más de 35º C y los juicios súpitos de de mi gato desde lo alto de las cornisas que adornan el comedor. Ansío esa misma Luna con la que tantos cigarros compartí en junio de 2012 y que me acompañe nuevamente en cada libro, en los baños del siroco en los jardines de esta ciudad y la tranquilidad de su profundo cielo azul. 

En la cima del Cristo voy a contemplar mi desierto como auto-regalo de cumpleaños, bajo el ardor del sol y el sudor aterrado en mi frente, voy a gritar a las plantas de siderurgia mis inquietudes hacia el futuro y mecer las virtudes y vicios de la paciencia y quietud y por el otro lado la ambición y el deseo. El truco está en encontrar pequeños espacios de tiempo para crear momentos irrepetibles de una vida irrepetible. De verdad que hace mucho no me emocionaba tanto mi cumpleaños. 26 años navegando en las aguas, a los que a veces no les noto la diferencia con alguien de 30, 40 o 70; de ratos un niño inmaduro, en otros un hombre maduro. Creo que este tipo de posts demuestran mucho esa ambivalencia, pero quien diga que no la siente igual que yo es porque miente abiertamente; o no, pero se niegan a la introspección.

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