Después de que mi adolescencia la pasara encerrado en casa de amigos al resguardo de las metrallas y ver cómo mi ciudad cada vez estaba más abandonada y más sucia, decidí que si quería un cambio únicamente yo podría lograrlo. Tenía el estilo, tenía la ambición, había leído a todos los grandes y me conmovían las miradas profundas de las caras tostadas por el sol contra la tierra de los ejidos cerca del rancho. Sigue leyendo